“Experimento”
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Les recordamos que pueden ser socios de sadem joven en cualquier momento del año.
Te invitamos a leer este cuento de Valeria Dávalos:
EXPERIMENTO
En el encierro de ocho años el nacimiento de su hija iluminó su existencia y la pérdida de su mujer en la pandemia lo condenó. La niña que tenía los ojos de su madre creció entre prueba y error. La parálisis tomó primero sus pies, abarcó toda la cadera y finalmente lo dejó en silla de ruedas. A pesar de ello, su mente seguía siendo ágil como su corazón, trabajaba todos los días arduamente con ayuda de las enfermeras que se distribuían en turnos de mañana, tarde o noche.
El laboratorio fue creado con inversiones periódicas, el treinta por ciento de lo que ganaba como biólogo iba dedicado a las construcciones y a la compra de telescopios, barbijos, tubos de ensayo u otros insumos necesarios para lograr su objetivo. Recostado en la camilla respiró profundo, sus días conocidos terminaban. La pasión por ayudar se vería intacta y ya no dependería de otro para vivir, haría lo que quisiera y jugaría con sus nietos de nuevo. La jeringa al fin atrapó la vena, su hija esperó el efecto antes de llamar a los guardias, los dedos se retorcieron y la espalda se arqueó, golpearon la puerta para entrar.
La casa de paredes vidriadas mostró el atardecer hundido en el bosque cuando las convulsiones amenazaron. Su abuela golpeó la puerta del otro lado, Juana se apresuró a abrir, la expectación iba a matarlas. La cura era posible a un costo, sacó el libro donde estaban anotadas las palabras claves de cada familiar, su padre se levantó de un salto. Sus pupilas se dilataron y gritó desaforado.
La vida pasaba por sus ojos, y ni siquiera las fotos pegadas en las paredes vidriadas o los muebles distribuidos como en la casa- según las instrucciones dadas por él mismo a su hija- lo hacían volver en sí. Juana se escondió detrás del sillón y protegió su cabeza con los brazos. Su abuela seguía sentada al lado del paciente, la llamó para que tomara distancia y se negó, ella confiaba en su hijo ciegamente, afirmó que el miraría las fotos.
Agarró su cuello y presionó, Juana al ver lo que pasaba apretó el botón que destrabó las cerraduras, la seguridad entró alarmada.
— ¡Serena! ¡Serena es mi palabra clave!—dijo Juana y él quedó ahogado en el apretujón de enfermeros, los brazo extendidos se hincharon. La abuela cayó al suelo y tosió. La enfermera clavó un inyectable a su cuello y lo sentó en la camilla. Juana sabría que todo debía quedar oculto si no resultaba, así habían acordado los colegas de su padre, les tocaba salir. El rugido estremeció la casa, el doctor destrozó la camilla y la biblioteca del altillo. Juana maldijo de rabia, su intuición no se equivocó. Se suponía que los recuerdos activarían su memoria si se desviaba. Las llevaron a la puerta para abandonarlo, ahora representaba un peligro para los demás.
— ¡Ese no es mi hijo! ¡Equilibrio!—dijo la abuela antes de cruzar, solo escuchó tronar los huesos.
Se abrigaron y subieron al sulky, el abogado les entregó el testamento. A lo lejos Juana vio rebotar el cuerpo desnudo de su padre contra las paredes transparentes, los tiros las estremecieron. Todos sus libros y obras ahora eran suyas, al igual que la bestia heredada.
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