
Ganadores del concurso “La selva y el cambio climático”
IX Concurso homenaje a Horacio Quiroga “La selva y el cambio climático”
San Ignacio – Misiones – Argentina 2022
Te traemos a los ganadores de este concurso que difundimos y en el que participamos desde los inicios de Prisma.
El jurado estuvo compuesto por un representante de SADEM: Isita Silveira, una representante local de San Ignacio: Isabel González y una escritora independiente: Jenny Wasiuk.
El resultado es el siguiente:
1er premio: “Miel de fuego” de Carlos Ariel Kusiak. Jardín América.
2do Premio: “Excursión”. Lucas Oscar Yuge. Posadas
3er premio: “Sacrificio”. Patricia Ana Almirón. 25 de Mayo-Bs.As.
Menciones Especiales:
-“Llora, monarca de los cielos” de Andrea Reyes. Pto. Esperanza.
-“Whatsapp de la madre tierra” de Julián Seniuk. Posadas
También te dejamos el cuento ganador del 1er premio para que los disfrutes:
MIEL DE FUEGO
Solía contarme que la primavera constituía un tiempo nuevo. Ára pyau era el momento de prepararse para sembrar pequeñas parcelas, mediante el método de roza y quema. La escuela bilingüe nos había unido en amistad y ambos aprendíamos de las particularidades de nuestras culturas, desde un primer momento todos en el aula supieron de mis deseos a futuro… Mi sueño era ser maestro, Tataendy, quería ser policía. El amor por la naturaleza fue el primer lenguaje común que nos permitió entendernos, los paseos por el monte, los chapuzones en el arroyo o la pesca en el río, fortalecieron nuestros lazos. Su nombre, Tataendy, significaba algo así como “llama sagrada”, el mío, Waldemar, “famoso” y mi apellido, de origen alemán, traducido al castellano significa molinero.
La selva fue nuestro segundo hogar, y a diferencia de mis padres y familiares, que en ocasiones la querían talar para expandirse, valiéndose de plaguicidas y otros químicos para maximizar los rindes en sus producciones, los mbya la deseaban mantener intacta, aprovechando lo justo y necesario, sirviéndose de ella con sumo respeto.
Pasábamos largas jornadas caminando por la espesura, escuchando el tenue sonido de los enjambres y prestando atención a los cantos del tangará (bailarín azul) y el eichuja (tuquito), que señalaban con sus vuelos la ubicación de alguna colmena, el preciado objetivo era dar con nuestro tesoro: miel pura de abejas o cómo le gustaba decir a Tataendy “ei ete”, la miel para nosotros era un manjar que nos daba energía para poder seguir caminando la selva y maravillarnos de ella, pero para los mbya tenía varios usos y connotaciones, uno de los más importantes era de carácter espiritual.
En la ceremonia ritual del Ñemongarai, en diciembre, “época de la navidad de los jurua kuery,” se lleva a cabo la bendición de los alimentos, además se celebra la madurez de los frutos de la selva como así también de las rozas, y por medio del humo del tabaco se purifican o bendicen tanto las semillas de maíz que se van a sembrar, como las cosechas obtenidas, bautizando también a los niños en edad de caminar para otorgarles su nombre mbya. Del ritual participa toda la comunidad reunida en el opy (templo). Para la celebración es necesario contar con maíz, presente en el mbojape (tortas de harina) que representan a las mujeres, manojos de yerba mate, frutos del güembé y la miel que representan a los hombres.
La miel debe provenir de las abejas jate’i o mandori, ya que son “ei ete”, es decir, “mieles puras o verdaderas”; si no es posible encontrarla, se las puede sustituir con las mieles de “ei ruchu” y “eira viju”.
La miel de eirópa, la abeja europea introducida por los inmigrantes, no se utiliza nunca en la ceremonia porque no es autóctona y creen que esta abeja no fue creada por Ñande Ru sino por los hombres blancos (jurua kuery).
Habíamos pactado en guardar el secreto y melar las colmenas de cualquier especie sin importar que fueran de abejas nativas sin aguijón o de eirópa. Por mi parte corría el riesgo de que mis padres se enteraran de que tantas horas ausente no eran a causa de un desmedido interés por la escuela, cuánto más miel conseguíamos más podía hacerme de unos pesos, a Tataendy, en cambio, no se le permitía extraer miel que no fuera nativa y mucho menos compartir las ubicaciones de las colmenas reservadas para la comunidad, pero juntos logramos emprender un buen negocio a base de omitir verdades o de pequeñas mentiras, a contraturno de la escuela, deambulábamos por la selva buscando jugosos panales, no existía pasatiempo más divertido y a la vez tan redituable.
La escasez de lluvias y las floraciones aporreadas en plantas de raíces poco profundas, cada vez más marchitas por las altas temperaturas, dificultaba la búsqueda de jate’i y nos obligaba a adentrarnos más en la selva o explorar otros lugares. La colonia era un sitio difícil en cuanto a prejuicios y ya corría la voz de que el hijo de Müller y un paisano andaban cruzando chacras ajenas en busca de miel. Papá me advirtió que si seguía escuchando comentarios de ese tipo me iba a sacar de la escuela.
– Pero papá si siempre quise estudiar, vos sabés que cuando sea grande quiero ser maestro.
– La vida no es tan fácil mi hijo, pronto vas a tener que ayudarme y trabajando no creo que te sobren ganas para seguir estudiando.
Me encogí de hombros y ceñí los labios frunciendo el ceño, sabía que papá era corto de paciencia para esas conversaciones. Solo tenía que hacer buena letra unas semanas más y ya terminarían las clases, entonces la escuela no sería por un tiempo, una excusa para ninguno de los dos.
Ñemongarai se acercaba y en la aldea las incursiones al monte se hacían más frecuentes en búsqueda de “ei ete”. No podía contener el impulso de seguir a los pájaros y para colmo las abejas me revoloteaban cerca, a propósito, como si me tentaran a seguirlas y podía verlas libando en las flores o extrayendo resinas de los árboles.
Esa mañana no soportaba más la tentación. Al final de la chacra del viejo Otto que se metía en cuña por entre la selva y un pinar, había un mogote de monte que separaba su chacra de la forestación, estaba a escasos mil metros de la aldea y ningún mbya por más corajudo que sea, se atrevía a cruzar por los terrenos de Otto y su yuxtapuesta recortada. Tataendy sacudía su cabeza enérgicamente, ¡no!, me dijo con sequedad, pero insistí y pude convencerlo, cuando saqué de una bolsa de nailon un reluciente ahumador de apicultor de acero inoxidable con fuelle naranja, a él se le iluminaron los ojos al igual que yo la primera vez que lo vi en el mostrador de la despensa.
El sonido del enjambre nos llevó justo al medio del remanente de monte, donde un tronco de guayubira estaba por reventar de tanta miel, sin exagerar había más de veinte kilogramos, empezamos a melar a toda prisa y a las carcajadas sin contener la emoción, Tataendy le daba al ahumador haciendo silbar al fuelle, yo con una camisa envuelta en la cara comenzaba a sacar del panal riéndome y a la vez haciendo cuentas, cuando de repente escuchamos una abrupta explosión y nos agachamos al mismo tiempo, apenas salimos del susto se escuchó la segunda descarga, y hasta me pareció ver un perdigón incrustado en el tronco. Otto no mediaba palabra. Tataendy intentó pasarme el ahumador, pero trastabillé y caí, corrimos desesperados haciendo un rulo para poder salir por dónde habíamos llegado.
La hora del almuerzo se acercaba, nos tocaba despedirnos, sin saber que esa vez iba a ser para siempre, ya estábamos tranquilos y solo repetíamos sonrientes la hazaña de habernos topado con Otto. Sentía un leve picor en los ojos y la sensación de que en el aire o tal vez en mi ropa persistía el olor a humo. Nos sorprendió un sonido a lo lejos y antes de poder distinguirlo, vimos la columna blanca grisácea, las sirenas ya estaban cerca y en ese momento supimos que éramos los responsables.
El incendio consumió más de mil quinientas hectáreas, repartidas entre forestación y selva virgen. Era el caos absoluto, los mbya huían despavoridos de su aldea con los pequeños a cuestas y algún que otro afortunado alcazaba a atrapar una gallina antes de emprender su huida. Algunos colonos araban callejones para impedir que el fuego avanzara, mientras otros socorrían a las dotaciones de bomberos, exhaustas de tantas horas de combatir a las lenguas de fuego que consumían selva y pinar con violenta voracidad. Centenares de años que la noble y delicada naturaleza obró en la selva, décadas de trabajar la tierra de hombres que a puro sacrificio persiguieron el progreso, la verde inmensidad arrasada por el fuego que lo destruyó todo con una furia inusitada.
La codicia y la irresponsabilidad nos habían clavado sus aguijones, hundiéndonos en la colmena de la avaricia, ensordeciéndonos con su cera, el zumbido de la culpa se compartía en nuestras conciencias sin distinguir orígenes, habíamos destruido lo que más amábamos. Nuestras manos estaban manchadas con miel de fuego.
Referencias:
Tangará (Chiroxiphia caudata)
Eichuja (Legatus leucophaius)
Eirópa (Apis mellifera)
Jate’i (Tetragonisca angustula)
Mandori (Melipona marginata)
Eira viju (Melipona bicolor)
Ei ruchu (Melipona scutellaris)
*Felicitaciones a los ganadores, a los organizadores y a los participantes.