Violencia sin clase social
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Desde Prisma nos interesa que se debata y se hable de todo lo relacionado a niños y jóvenes. Por ejemplo: violencia intrafamiliar.
En muchas ocasiones las denuncias de abuso, acoso, violencia se visibilizan en los chicos más humildes, porque un docente, un padre, un familiar hace la denuncia. Esto no significa que son los únicos que lo sufren. Lo triste es que muchos de las clases altas no lo pueden denunciar porque sus padres son conocidos y comprometerían sus “carreras intachables” por lo que los chicos sufren a escondidas, solitarios y en silencio en el seno de sus lujosos hogares.
Les queremos compartir una bella nota realizada por la periodista Victoria Bergunker para que nos pongamos a reflexionar un poco y veamos todas las perspectivas. Ahí va:
“Comúnmente se piensa que sólo asisten a hogares aquellos niños que se encuentran en una posición de vulnerabilidad socioeconómica, o, mejor dicho, los que están en situación de calle u orfandad. Sin embargo, esta historia tiene como protagonista a la chica L, una adolescente de 15 años de clase media-alta de Posadas de quien se protegen sus datos que la puedan identificar por ser menor de edad.
Su caso no tiene que ver con la pobreza, sino con la violencia. Hace dos meses tuvo que dejar su casa, debido a las reiteradas agresiones físicas y al consumo de drogas por incitación de su padre. Entre cuatro hermanos, dos menores y uno mayor que ella, se animó a llamar a la línea 137 y denunciar lo que estaba pasando: su padre los golpeaba y la madre, bajo un enorme estado de sumisión, era cómplice.
Fue entonces cuando intervino el Centro de Atención Integral (CAI), ubicado en avenida Buchardo. El equipo profesional del lugar se encargó de que su situación llegara a manos de la Justicia, quienes a su vez determinaron que los padres necesitaban hacer seis meses de terapia, tiempo en que la joven L deberá permanecer fuera de su casa. Unos días después, desde el CAI se comunicaron con el Hogar de Día para trabajar con ellos de manera articulada. Es así como actualmente pasa los días en el hogar, y las noches en el CAI.
Gabriel Prestes, su acompañante terapéutico en el hogar, expresó: “Desde acá limitamos nuestra función a la contención y coordinación de actividades para que durante el proceso jurídico ella lo pase lo mejor posible. La función del acompañante terapéutico tiene que ver con la construcción de un vínculo, de otra manera es imposible”.
En este sentido, explicó que los primeros días con la chica L no fueron fáciles, “porque tenía su parte humanitaria muy oculta y una visión obturada de las cosas”. Además, consumía drogas y sufría ataques de ansiedad, sumado a la extrañeza del nuevo entorno. Teniendo en cuenta su condición social, Gabriel explicó que “ella viene de una familia que en nuestro prejuicio no está en situación de vulnerabilidad; no tenía idea lo que era estar en contacto con chicos que duermen en la calle“.
Sin embargo, con el correr de los días se fue adaptando y comenzó a compartir algunas cosas. Una tarde la menor L tuvo un ataque de ansiedad y salieron a caminar. Fue entonces cuando ella le manifestó que estaba cambiando de opinión respecto a su carrera, y que ahora pensaba ser terapeuta. “Ese fue el primer indicio de la existencia del orden vincular”, dijo Prestes y añadió: “El acompañado tiende a identificarse con el acompañante, porque se siente cómodo”.
Sin embargo, aunque se encuentra contenida y tiene la posibilidad de expresar sus emociones, su situación actual tiene varios puntos negativos, y así lo explicó Gabriel: “Ella perdió el año escolar, el año en inglés (iba a un instituto privado), tocaba el violín y ya no lo hace, y además no puede ver a sus hermanos”. “Ahora aparecen muchas preguntas de su parte, como ‘¿por qué mi mamá permitió esto? Hay cosas que antes no se preguntaba, ahora aparece su espíritu crítico”, concluyó.
Cordones desatados
La mañana era fría. L estaba sentada en uno de los juegos de la plaza que está a la vuelta del hogar con Gabriel. Su atuendo era bastante particular, como salida de alguna película: una boina de color oscuro que resaltaba su tez blanca, un buzo de tela polar que le quedaba grande, pantalones rojos y una botita con los cordones desatados. “Me siento bien acá, me gusta, es lindo y me siento contenida. De hecho, creo que no me quiero ir nunca y sólo me puedo quedar 6 meses”, reflexionó.
En cuanto a la situación que vivía en su casa, expresó: “Mi papá es el violento y mi mamá es la cómplice. A ella nunca le levantó la mano, una vez nomas la empujó. A mis hermanos les daba palizas, y a mí también. A mis hermanitos les pegaba en la cara, les estiraba el pelo y a mi hermano más chiquito le pegaba en la boca cuando lloraba”.
“Los quiero sacar de ahí pero no sé cómo, y mi vieja no hace nada”, añadió abatida. Según cuentan directivos del hogar, el hermano más grande varias veces terminó a las piñas con su papá.
En respuesta a la pregunta de qué actividades realizaba antes, respondió: “¿Iba a clases de inglés, Do you speak english?”, dijo y sonrió.
Otros datos:
*Altos índices de violencia doméstica
En lo que va de 2018, se tramitaron más de 4.700 causas en el Juzgado de Violencia Familiar Uno de la Primera Circunscripción Judicial, con asiento en Posadas. De ese total, entre 25 y 30 por ciento corresponde a jóvenes que no alcanzan la mayoría de edad.
“Son causas iniciadas por los propios adolescentes o porque las instituciones educativas, algún docente o miembro del gabinete disciplinario, la fuerza de seguridad o el propio sistema de salud detecta una situación de violencia y pone en conocimiento”, sostuvo el juez César Olmo Herrera, a lo cual agregó: “Es un alto porcentaje y es preocupante”.
Triste. No te calles.
“Ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo”. (Alie Wiesel)
Muchas gracias por permitirnos compartir tu nota Victoria Bergunker