¿Duelen los límites?

¿Duelen los límites?

Volvemos a trabajar en conjunto con el divino equipo de “Forum de Infancias Misiones” y hoy te tratemos esta nota que te va a llevar a la reflexión. Disfrutala.

¿Duelen los límites?

(Agustina Rodríguez MP 857)

“Lacan, psicoanalista conocido por sus lecturas e interpretaciones de las obras de Freud, dice que “los niños son los síntomas de los padres”, y al hablar de los niños, en el caso de este texto, los hijos como síntomas se refiere a que en el vínculo niño – padres muchas veces se traslucen las cuestiones subjetivas más difíciles de manejar que tienen dichos padres en su personalidad, cuestiones que en realidad las tenemos todos, es ”algo natural” no ser perfectos y también no poder con todo: una paciente refiere “siento que mi hijo saca lo peor y lo mejor de mí”, la madre de un paciente menor de edad dice en otra consulta “me saca la paciencia, le grité tan fuerte que me desconocí a mí misma y ahora me siento culpable”, en mención a una situación acaecida con su hijo, pero como también los mismos padres reconocen en el consultorio, “no es fácil criar a un hijo y tampoco hay un manual de instrucciones para eso”.

Con respecto a la paternidad y a la maternidad, criar a los hijos los enfrenta a ellos con ellos mismos, con sus propias infancias, con sus propios padres y hasta a veces con su seguridad o con lo que comúnmente llamamos autoestima. Y es desde dicha seguridad de saber, o por lo menos suponer e intentar, cuál es la función y la implicancia o responsabilidad como padres que se debe sostener la necesidad de “poner límites”.

Pensar en el término “poner límites” no con una connotación negativa, sino pensando en cuál es la función o el objetivo a nivel mental y emocional de marcar a los niños qué se puede hacer o hasta dónde se puede llegar con los actos, por lo menos en el vínculo con los demás. Al marcar límites a los hijos estamos enviando el mensaje de qué esperamos de ellos para el día en que sean adultos y no estén bajo nuestro cuidado, y así también depositamos nuestras expectativas sobre su futuro al momento de formar parte más activa de la sociedad desde la adultez; cabe destacar que depositar nuestras expectativas en los hijos tampoco es malo, ya que gracias a que primero alguien u otro cree en ellos, ellos también pueden creer en sí mismos (es así como se elaboran psíquicamente la autoestima y los deseos de proyectos de vida, por ejemplo).

Volviendo a la temática de “poner límites”, este accionar por parte de los padres permite psicológicamente a los hijos entender, inconscientemente, la noción de peligrosidad, de lo que puede ser malo para uno y también para otros, de hasta dónde pueden llegar nuestros actos y hasta dónde no, porque es una realidad que nos envuelve y atraviesa el hecho de que somos seres sociables, criados y constituidos como personas en el vínculo con otros; por ende, que nuestros actos, o la falta de límites o control sobre ellos dañen a otros, significan también un daño a nosotros mismos, porque afectar o dañar a los demás puede hacer repercutir sus consecuencias sobre uno, por ejemplo, si a un niño no se le advierte en su hogar que golpear a un compañero en la escuela cuando pierde en un juego está mal, por ende considera que golpear es un acto permitido o habilitado en el vínculo con otros (porque, así como las expectativas permiten crear sueños para el futuro en el niño, el enojo de los padres les ayuda a entender que hay algo que no está funcionando o no está bien, sirve también como límite o sanción), ese niño que cree que los actos agresivos no son malos, con la sanción escolar ante el desacato de las pautas de convivencia comprenderá que dañar a otros físicamente no es socialmente aceptable, y no sólo eso, sino que su acto no sólo puede perjudicar a otro sino también a él mismo al recibir una sanción. La “puesta de límites” permite a los niños aprender no sólo a convivir frente a la frustración con otros, sino también a resguardarse a ellos mismos de sus propios impulsos.

Por último, podemos pensar un efecto más a nivel psicológico de la puesta de límites, y también un motivo más para pensar que hacerlo es además un acto de afecto y amor hacia los hijos. Al establecer y enseñar límites sobre sus conductas a los niños, también les enviamos el mensaje que tanto ellos, así como también nosotros, no podemos todo, porque es también un hecho real que nadie puede en un contexto social dar lugar y prioridad exclusiva a la satisfacción de su narcicismo; transmitir esa lógica a nuestros niños puede acarrear a futuro consecuencias significativas a nivel emocional, sobre todo en situaciones de escasa tolerancia a la frustración y al fracaso, porque por otra parte, y dato no menor, muchas de las huellas que se dejan en la infancia pueden tener sus repercusiones en la vida anímica de esos futuros adultos.

Enseñar a un hijo que no puede pegar a un compañero cuando algo lo molesta, porque en el ámbito escolar hay normas que piden el cuidado y respeto no sólo a sus compañeros, sino también de ellos hacia él mismo, es transmitir inconscientemente que no todo está permitido, así como también nosotros los adultos no podemos, por ejemplo, incumplir a nuestro horario laboral porque podríamos ser despedidos. Sutilmente, de esta forma damos recursos a nuestros hijos para valerse por sí mismo cuando no puedan contar con nuestro auxilio, lo que podría considerarse un acto de amor hacia ellos, y también nuestra obligación como padres.

Entonces, si pareciera que queda tan despejado lo necesario que es para un niño establecer pautas claras de conducta y prohibiciones de algunos comportamientos, y lo positivo que puede ser para la formación de un psiquismo, con recursos frente a las adversidades en la vida, teniendo en cuenta que los niños poseen psiquismos en formación, ¿por qué a veces se pone en duda fijar límites? Porque para un niño, que en su inocencia y en un mundo en donde prima el juego y la búsqueda de la satisfacción, la frustración frente a lo que no se puede es a veces insoportable, y en acompañamiento con la angustia y el llanto, la situación en el momento para un padre o una madre no es fácil; el dolor de un hijo no es una sensación cómoda de sostener, el llanto desconsolado cuando, por ejemplo, no se le puede comprar un obsequio que encontró en una tienda puede dolernos a nosotros mismos tanto como al niño, y es ahí en donde es importante pensar y replantearse el por qué decimos que “no”, explicar a nuestros hijos (y también escucharnos a nosotros mismos cuando lo hacemos), que a veces no podemos darles todas las satisfacciones materiales que desean no porque no los queramos, como puede interpretarse dentro de la lógica de los niños, sino porque nuestras posibilidades y limitaciones económicas nos exceden, porque nosotros tampoco podemos todo y nuestras carencias y dichas limitaciones no ponen en juego nuestro afecto por ellos; como se menciona anteriormente, no somos seres completos, no sólo a nivel material (eso es una demostración de algo más profundo), no somos completos a nivel afectivo, pero lo importante es que hacemos lo posible y lo intentamos. Y es dentro de esa lógica de pensar las posibilidades, no sólo quedarnos con las dificultades, y hacer esa transformación de sentido cuando decimos que “no” que podemos hacer entender a nuestros hijos que cuando les prohibimos algo, o “los retamos”, es porque es nuestra responsabilidad cuidarlos, y porque dentro de esa responsabilidad los amamos.

Los padres, por serlo, no significa que no puedan ser alcanzados por su propio narcisismo, y que dentro de ese afecto de interés personal pese la culpa y la incomodidad al ver la frustración de sus hijos por la prohibición que como responsables de ellos les piden a los niños que obedezcan, y es ahí donde radica lo difícil y lo valioso del amor de padres, tener la capacidad de resignar lo propio para un mayor bien para el otro.

*Qué lindo! Gracias por la nota!

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