La Educación Artística educa emociones
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Conocida en toda la provincia y querida por muchos, la genial Verónica Stockmayer tenía que estar en Prisma, donde están todas estas personas amorosas que adoran trabajar con niños, como ella con los títeres. La hicimos viajar en el tiempo y le pedimos que nos comparta su experiencia con nosotros.
P: ¿Cómo fue tu infancia? ¿A qué jugabas?
VS: “Cuando yo era niña –bueno, más niña- había ESCUELA Y JUEGO. Si bien cuando pasé a 6º mi Escuela se transformó en una de las primeras Escuelas de Frontera, con la novedad de las “Coprogramáticas” a la tarde –y ese fue un período hermoso-: Taller de cocina, de muñecas –peponas y patas largas, que vendíamos en tés danzantes para pagarnos los trajes de la “Peña El Cielito”, por ejemplo-, de dibujo, huerta, Atletismo (fatal, yo) con el maestro (nada de profesor de EF)… con eso era suficiente. No teníamos más agenda. Los “deberes” y jugar, jugar, jugar.
En el barrio –crecí junto a un gran secadero de yerba, dos villas de asentamiento de tareferos y trabajadores del barbacuá y el secadero, una detrás de mi casa, hacia el sur, y otra cruzando la única avenida, al norte- había varones –muchos- y solamente dos nenas: la Ñata –chiquita y llorona- y yo, que le tenía miedo sólo a Papá Noel. Era de la barra. Armábamos la canchita justo donde pasaban los camiones cagados de raídos, después de ser pesados en la báscula. Había que sacar a cada rato los “arcos”, y esperar. Las “chuleadas” eran feroces. Mi papá nos había traído ¡de Buenos Aires! una pelota número cinco, redondita, roja y blanca …no se ladeaba, porque no era “hueví”. Yo era bastante buena, tanto que mi hermano me cedía sus sacachispas, con tal que no me mandaran al arco, porque tenía “manos de manteca”.
También jugábamos al “cow-boy” en mi casa, que tenía patiecitos en terraza, y se podía volar en los caballos –nosotros mismos, azuzándonos las nalgas con las manos-, después de bajar de “la montaña”: el techo de mi casa, adonde nos subíamos para desesperación de mi mamá, para observar al enemigo. Se sorteaban los “buenos”, presididos por el “sheriff”, y “los malos”, que solían ser muy viles.
Hacíamos recorridas interminables en bici –siempre me tocó heredar las de mis primas ricas, que vivían en Campo Viera-: circuitos alrededor de la báscula, o por las villas y el sector de avenida y acceso a la vieja Ruta 12. Los papás no estaban constantemente preocupados, llenándonos de actividades, y tampoco vigilaban tanto. A lo sumo interrumpían en lo mejor de la jornada para mandarnos al almacén, o a lo de algún vecino para resolver una necesidad –tacita de azúcar, o yerba, o hilo, o elástico-…entonces queríamos que nos sucediera un accidente horrible, para que nuestras mamás lamentaran toda la vida habernos sacado del juego. Íbamos a las villas, al arroyito donde las mujeres lavaban la ropa y los chicos se bañaban con gozo en el tajamar, para buscar barro ñaú. Los varones –menos Cacho y yo- hacían bodoques, algo que yo detestaba, porque los usaban para tirar a los pajaritos. Nosotros hacíamos figuritas para armar pueblitos. Había épocas de bolitas, de figuritas –con armado de álbumes-, de elástico, en el barrio y en la escuela.
Rondas… “Déjenla sola”, “Don Juan de las Calzas Blancas”, “Pisa Pisuela”, “Martín Pescador”, “Estaba la blanca paloma”, “La estatuita”, “La más linda”, “Huevo podrido”. ¿Muñecas? También. Nos encantaba invertir roles, con mi hermano: él, de señora y yo de papá bastante enajenado cuando iba con mi esposa y el bebé a la cancha. Con Elsita jugábamos a que ella era la señora de Palito Ortega, y yo la de Leo Dan, y cuidábamos amorosamente a nuestros bebés.
Por esa época se usaban botones de nácar. Mi mamá tenía un batón con unos enormes botones que sirvieron de platitos, fuentecitas, platos voladores, fichas especiales, cuando lo tuvo que desechar. El juego más imaginativo que recuerdo, después de ese de acostarme a tomar la mamadera acariciando el revés del piyama de franela y mirar las casitas, pajaritos, globos, haditas, enanos que volaban en las pelusas alumbradas por la luz que entraba por la ventana entreabierta para inventar charlas y encuentros, era uno que llamábamos “El Baile”: mi hermano se subía a la sillita alta, al lado de la heladera donde estaba el receptor de radio –una vieja Noblex-, y yo me metía debajo y en una hoja grande dibujaba las parejas, las mesas con botellas, la cantina, las guirnaldas de triangulitos, las luces… cuando consideraba que no faltaba nada, le decía a Cacho “¡¡Liiistoooo!!!”. El encendía la radio…y comenzaba “el baile”. El juego consistía simplemente en mirar el dibujo mientras sonaba cualquier tema, y opinar sobre lo que pasaba en la pista. No sé cómo pueden aburrirse hoy los chicos, después de atravesar un sin número de “Actividades” pautadas.”
P: ¿Qué leías?
VS: “¡Todo! Los domingos eran de matinee en el cine. Se llevaban y se intercambiaban revistas. “El Tony”, “D`Artagnan”, “Intervalo” –estas eran historietas de amor-, que eran álbumes; “Patoruzú” –que tenía su Libro de oro, anual- “Patoruzito”, “Isidorito”, “Susi del corazón”. El género de historietas del lejano oeste: Red Ridder y Castorcito, Gene Autry, Roy Rogers, El llanero solitario y Toro. Superman, Batman. La pequeña Lulú, Elmer Gruñón, Bugs Bunny, El oso Yogui, toda la serie Disney, donde mis preferidos eran Tribilín, Pluto, y Girosintornillos, tan ingenuos, pobres.
Las revistas circulaban también en la semana, de casa en casa. Mi papá me dejaba leer Marcial Lafuente Estefanía, aventuras del cow-boy, libros “sin dibujitos”, que intercambiábamos con una vecina que me prestaba sus Corin Tellado, que yo leía con delectación. Hace poco descubrí en un kiosco los Corin y los Marcial…circulan todavía!!!!!. Las señoras –y yo, por supuesto- leían fotonovelas. Por entonces se editaba “Nocturno”, un mensuario con temas de interés general –entre ellas la columna fija de Tita Merello, que respondía cartas desesperadas de mujeres que habían caído en la trampa de “la prueba de amor”-, que culminaba con una larga fotonovela. Me las zampaba de cabo a rabo, igual que las “Para ti” y los “figurines”, moda para ellas, ellos y los niños.
Mi papá me regaló dos libros de la colección Robin Hood, que adoré: del premio nobel 1966, Renee Guillot –eso lo supe mucho después-: “Grischka y su oso” y “Grishka y los lobos”, que leíamos a la noche, después de cenar y escuchar relatos de la guerra, de la difícil pero divertida infancia de papi, en la “cama grande”. Yo leía antes, a la tarde, para practicar la lectura en voz alta, que alternábamos los dos, porque Cacho prefería escuchar, nomás.
En la escuela, la última hora de la mañana era solo para leer. Leía el maestro –inolvidable, Raúl bordón- y los que lo hacíamos “de corrido y con expresión”, para todo el grado: el Martín Fierro, las Aventuras de Tom Sawyer, Huckleberry Finn, Robinson Crusoe. En mis vacaciones, en Campo Viera “Heidi”, “Mujercitas”, “Los hijos del capitán Grant, ¡¡¡Sandokan y sus tigres de Mompracen, para salvar a la Perla de Labuan!!!. Jo y Jill… Tarde ya conocí a Mafalda. Me encantaba dibujarla, a ella y sus amigos. Muy temprano mi padre puso en mis manos “La aventura del Kon-Tiki”, una travesía alucinante, en balsa, por los océanos del mundo, que me dio vuelta la cabeza, algo sólo comparable a “Papillón”, que leí en la adolescencia.
P: ¿Escribís? Contanos de tus obras
VS: “Escribo. No siempre. No todos los días. No podría decir que soy una “escritora”. A veces por puro gusto, y muchas veces por necesidad. ¿Cómo empecé? Creo que con las hermosas cartas que nos mandábamos mi amigo del alma –toda una infancia y la adolescencia juntos, y ya no está, el buen Leonardo Vargas- y yo, cuando él estudiaba periodismo, en Rosario (Leonardo escribía con gusto y estilo, yo tenía que esmerarme) y con las largas cartas a Rosita Salvo, en el tiempo en que el género epistolar era casi la única manera de estar comunicados. Fue ella en realidad quien empezó a acicatear “¿Por qué no publicás? cuántos buenos poemas tuyos tengo archivados”. Empecé –mejor verso que prosa- por “necesidad didáctica”, digamos. Para motivar, para alentar, para mostrar cómo, para premiar, pare recibir, para despedir.
Escribir es siempre consecuencia de leer y leer mucho. De todo. Claro que tengo preferencias: Narrativa y Lírica. Para adultos y para niños. Ensayo (me cautivan Kovadlof, Savater…). Una deuda pendiente: Filosofía…debería abordarla también, lo asumo.
Cuando escribo para adultos, verso libre, a veces de “arte mayor”. Me cautiva el desafío de la Lírica de tradición oriental, con esa sobriedad, esa justeza. Haikus, katuata, sedoka, choka, bussokusekkika. Versos breves, de entre cinco y siete sílabas, en diferentes combinaciones que no exceden los seis o a veces los nueve versos. Poner en un cofrecito tan pequeño una idea redondita, un sesgo, una pincelada, apenas un matiz, o un tamiz… ¡ay, qué maravilla! Pasé al menos dos veranos intentando, ajustando, hasta que los logros me gustaron. Esas formas aparentemente tan rígidas para hablar de lo nuestro: la selva y sus criaturas, nuestro mito, costumbres, las preocupaciones de todos: tiempo, trabajo, hombre, pasiones, temores. En 2017 di el salto y se publicó –Rosita me regaló los primeros veinticinco ejemplares y le hizo un lindo Prólogo– “Así de simple”: haikus y otras formas de celebrar lo nuestro. Haikus “rumorosos”, del monte, de gurisada, para el maestro, de amor, y algo de todo lo demás, que me desveló tanto, por tanto, tiempo.
Desde hace unos años soy miembro de AELIJUM. Me invitaron con una hermosa ceremonia que consistía en enviar un cuento de hasta quinientas palabras: si el vuelo de la taca taca se producía, te recibían. Me recibieron gracias a “Felipe no presta”. Ahora Taca Taca publica poesía también. Ahí tengo para que curioseen “Salvador, el gusanito”, “Felipe tiene miedo” y “El insomnio de la Bella Durmiente”.
Un buen día –bah, muchos laboriosos días- seleccioné de entre coplas, piropos, nanas, disparates, versicuentos, un puñadito, todos rimados, livianitos –porque a los chicos los versos les entran con musiquita, celebratorios-, los organicé en “Paseos” y nació “Curiosos y paseanderos, los versos de Vero”. Un libro cuadradito, blanco, con ilustraciones que se pueden colorear, tutti fruti y mucho humor, que me dio un montón de alegrías, porque me llevó a escuelas, ferias, a leer, recitar, cantar canciones piratas –que también hay-; porque pude celebrar esa lengua de mixtura que tenemos, tan angelada, porque pude homenajear a los maestros que tuve, que tenemos, porque los chicos hicieron maravillosas devoluciones. Un día me visitaron con “poemas en bandeja”, los míos, en bandejita, y recitados ¡de memoria!
Cuando publiqué –poco- siempre me ayudó a diseñar una ex: -nena, alumna del Taller todos los años que fue niña: Daniela Bochert, hoy diseñadora, por eso de ser coherente y confiar en lo que se hizo.
Cuando escribo para chicos elijo simpleza en la narrativa. Mucha imagen, lengua afectiva, oraciones simples, sintagmas sugerentes. Y para la lírica, rima, y lo que se llama “versos de arte menor”, cortitos, dinámicos: con los chicos la poesía es fiesta, aunque se tenga que retar o advertir… ¡livianito, también!
Desde hace años colaboro anualmente con “Juglaría”, la revista literaria del Departamento de Letras del I.S.P.A.R.M y desde su segunda edición con la Jornadas “Historias de vida de Montecarlo y la región”, en que los vecinos aportan historias, testimonios, crónica o lírica que tenga que ver con el devenir del pueblo y la zona. Trabajos que se editan anualmente en una publicación colectiva. Este año se publica el volumen 14, homenaje al Centenario de la localidad. Desde hace algunos años narro historias de Instituciones –el Taller, por supuesto, el Hogar de Ancianos- y figuras destacadas de nuestra cotidianeidad
P: ¿Cuándo empezaste con el mundo de los títeres?
VS: “Mi experiencia infantil con los títeres no fue demasiado feliz. Maestras, con títeres feos, intimidantes, que se golpeaban, hablaban en falsete, con voz estridente…no no ¡un espanto! NO ME GUSTABAN, PARA NADA.
La magia vino cuando en 1977 viví en Oberá – ahí culminé el Profesorado para la enseñanza Primaria- y pude ver, creo que diariamente “El show de los Muppets”, con Jim Henson en escena muchas veces, en la TV abierta, Canal 12. Ya en casa, la mía mía, cuando trabajaba como maestra, era sagrado ver, con Candelaria, que tenía dos años, a las cuatro de la tarde, “Plaza Sésamo”. ¡Ay, ese barrio, en que convivían con tanta naturalidad humanos y muñecos en tan maravillosa hermandad! Era tan fácil aprender conceptos: arriba, abajo, detrás, encima, antes, después…las formas, los números, las letras. Algo tenía que haber ahí. Así que los días “especiales”: del amigo, del maestro…mis alumnos compartían sus “ideítas” con títeres… manoplitas blanditas y hermosas de Cande o las que me prestaban en el Colegio Michel. Tendíamos una soga entre dos columnas, algunas sábanas ¡y listo! La escuela entera esperaba las “mañanas diferentes”.
En 1986, por gestión de la Asociación de Maestros y la Secretaría de la creatividad del municipio se organizó un curso intensivo de Títeres, a cargo del cuerpo docente de la Escuela de Títeres de Puerto Rico, para quince maestros de distintas escuelas y tres animadores culturales de la Municipalidad: “Títeres en el ámbito escolar y comunitario”. Se replicaron con “Áreas integradas en el Taller de Títeres, en abril de 1987, oportunidad en que estuvo como capacitadora Rosita Escalada Salvo, fundadora de la primera Escuela de Títeres de la provincia, por entonces Subsecretaria de Educación. Teníamos contacto epistolar frecuente. Me mandaba cuentos y poemas, copias en carbónico de sus originales mecanografiados en la vieja lettera 32. Nos encontramos, finalmente. Tenía a disposición dos cargos -10 hs cada uno- de Maestra Especial. Si yo tomaba al menos uno y empezaba a tramitar había posibilidad de un Taller Experimental, dependiente de la Escuela núcleo. Era un convite y un riesgo que nadie más aceptó. Abordé a don Juan Gómez, intendente, uno de esos valiosos maestros rurales que iniciara la aventura de las Escuelas de Frontera. No se tomó más que dos minutos para pensar. Ordenanza para alquilar una casa…pero la tenía que conseguir yo, a partir del 1º de agosto de 1987, y Resoluciones del HCGE para respaldar los inicios del Taller Experimental de Títeres, por tres meses.
Fue un largo mes de recorrer, a pie, con un carrito – mi pequeño hijo de tres años sentadito en una esquina-, y anunciar casa por casa la buena nueva. Todo el pueblo, avenida y barrios. La gente salía con botoncitos, retazos, almohaditas, alguna cortina, lanita, papeles. Había que armar una casa vacía. La familia, a limpiar, encerar, preparar un lindo mástil para la bandera. La Escuela de Puerto Rico donó dos viejos mesones, el Consejo diez sillas, el municipio dos bancos y mi madre caballete y tablón para gran mesa en el patio. Así empezamos. Con ilusiones, el 1º de septiembre de 1987. En el acto inaugural, entre las autoridades, el duende de Juan enrique Acuña, para darnos bríos. Cuatro pequeños grupos, cincuenta y cinco chicos y una maestra, coordinadora, portera, gestora…
La independencia del Taller fue también una conquista mancomunada de su maestra y de Don Juan. El 1º de marzo de 1990 se desafectaron los dos cargos de ME de Puerto Rico, y se lo afectaron, previa creación de un cargo directivo a la segunda Escuela de Títeres de la provincia”
P: ¿Cuántos niños pasaron por ese taller?
VS: “¡Cientos! Un promedio de setenta por año… muchos inician su travesía en 1º grado y lo culminan cuando finalizan su escolaridad primaria. Tenemos hijos egresados de quienes hicieron aquellas primeras cohortes. Tal vez la escuela no haya crecido cuanto el pueblo precisó, cuanto anhelamos, cuanto merecemos, Se nos fueron asignando horas –pocas- dos veces en tres décadas. Son limitantes del sistema, siempre acuciado por la coyuntura, por lar urgencias, por lo imprescindible. Y pese a las recomendaciones de las Neurociencias, la EDUCACIÓN ARTÍSTICA es apenas un complemento, no constituye prioridad, aunque eduque emociones, dispare el pensamiento divergente, amplíe horizontes intelectuales, afectivos, estéticos, éticos.”
P: ¿Cómo es trabajar con niños?
VS: “Trabajar con niños es estimulante. Pero también es una responsabilidad suprema, un compromiso, un desafío. Un niño –salvo que su sensibilidad, su integridad física y psíquica hayan sido agredidas- es un ser CONFIABLE. No se puede traicionar esa confianza. Se entrega entero y espera que su curiosidad, sus intereses, sus miedos, sus angustias, su júbilo, sean atendidos. Necesita pensar que le estás dando lo mejor. Que lo vas a proteger. Que es en él en quien pensás cuando ELEGÍS qué hacer y qué no.
Necesita que lo ayudes a interrogar al mundo, pero que no se lo des todo hecho. Que lo estimules, que no lo subestimes ni tampoco sobrestimes sus posibilidades. Que lo desafíes un poco, que le pongas la lucecita un poco alta…pero que no sea inalcanzable. Es un equilibrio TAN DIFÍCIL. A mí me lleva la vida entera administrarlo, porque cada día de estos treinta y nueve años siempre es UN PRINCIPIO.
¡Ah! No se hace en soledad este trabajo. Uno –adulto- también necesita confiar y ser confiable para su equipo. Hay que estimular y desafiar un poco al equipo docente, también, pero que no haya competencias “no sanas”. Aprovechar las competencias diversas de cada uno en beneficio del común, preservar del conflicto, pero cuando se genera, no ocultarlo. Es complejo. Solo así se pueden compartir hallazgos, saberes, experiencias. Que se puedan asignar labores sabiendo que se van a hacer con lo mejor que cada uno tenga.”
P: Contanos una anécdota que quieras compartir con nosotros
VS: “¿Anécdota? ¡Uy! ¿cómo elegir?
Una mamá muy humilde había agotado recursos: las sesiones de psicopedagogía que pudo pagar –no muchas-, consulta con el clínico y por fin optómetra: “repitió 1º grado y va a repetir 2º…solo llora, no tiene amigos”. La profesional le dijo: “la vista funciona. Mamita…te vas hasta la esquina, doblás a la izquierda y te vas a dar cuenta dónde está el Taller. Habla con Vero”. Vino. Apocadita y medrosa. S. llegó a nosotros como un pajarito mojado. Se esmeraba. Las maestras se preocupaban “en realidad no escribe ni lee…copia y trata de memoriza. “Tranquilas…tiene que descubrir PARA QUÉ se lee y se escribe”. En las rondas de “escuchar cuentos”, en las de “leer lo que hicimos”, fue la epifanía. Se integró. Pudo contar un chiste y causó gracia. Detrás del teatrino, un poco protegido, pudo sacar de sí SU ESTRELLA. Necesitaba nada más que alguien creyera en él. Todos creímos. El clima de trabajo hizo lo que a esa mamá le pareció milagro.
Cuando cumplimos 10 –jamás hicimos un “Acto formal”- hubo diez piñatas. Sólo la última fue para “la colmena del día”. Las otras nueve fueron gloriosamente pinchadas por adolescentes de secundario, por estudiantes universitarios, por ex maestras. Todos vinieron a verse en la muestra fotográfica, hubo tres enormes tortas y “souvenirs” de MDF amorosamente confeccionados por una mamá cuya hija, alumna de nuestros primeros años, eligió retornar como “auxiliar”. Se quedó tres años, eligió un grupo para apadrinar, integró el elenco y solo nos dejó para emprender su carrera universitaria. Hoy es una psicóloga muy querida en la salud pública de la región.
Cuando cumplimos 20 hicimos una jubilosa caravana desde la Plazoleta de los Derechos Humanos, nuestro primer patio de juegos frente a nuestra primera casita. Los “alumnos”, profesionales, papás, trabajadores, vinieron con sus títeres viejitos, desteñidos algunos, para desfilar por la avenida –el Intendente encabezando la marcha- hasta nuestra “casa nueva”. En los canteros clavamos las “burbujas pancartas” con los haikus que fuimos pregonando con alta voz durante la caminata. En la salita estuvieron de charla los títeres de dos décadas. Fue tarde de juegos colectivos organizados y conducidos por los papás, con premios para todos. Los verdaderos anfitriones fueron ex alumnos, que atendieron a “las visitas” y se quedaron después a limpiar y finalmente a tomar un mate y charlar, hasta que se apagó definitivamente el día. Durante todo el mes, sonaron voces de chicos, padres y maestros en la FM veterana del pueblo “El taller es…”. Fue toda una aventura organizar el viaje de tanta gente a los estudios, entrar de a cuatro, y que todos pudiéramos poner la voz.
Cuando cumplimos 25, algunas alumnas de 5º de secundaria –ex titiriteras, averiguaron “qué día les tocaba”. Vinieron con gran torta, y se sentaron con los chicos a mirar una peli y a recibir su bolsita de golosinas, como siempre.
Con los treinta, también hubo paseo a la radio –papás, chicos, maestros- y todos leímos nuestros testimonios “La escuela que queremos” y hubo magníficas metáforas, creadas por el compromiso y la alegría de pertenecer, donde nos atrevimos a expresar anhelos juiciosos, acertados, un poco inquietantes, porque hay cosas de las que tenemos que nos perturban un poco, y pensamos que pueden cambiar. Toda una invitación a generar políticas educativas saludables. Voces que sonaron todo el mes de agosto y la primera semana de septiembre.
Después, por los 31, el Grupo “D” pensó que también podría decir “El pueblo que queremos”. ¡Vaya!, propuestas que hasta Francesco Tonucci hubiese escuchado con gozo, y que el pueblo que tenemos celebró como una coherente plataforma digna de ser tenida en cuenta
Cualquier mañana, mamás muy humildes del barrio con “calzas viradas” y mate cocido, para todos. Cualquier tarde, panqueque con dulce de leche casero, para repetir…
¿Qué si los padres se enganchan? No abundo más. A veces toca esperar uno o dos años hasta lograr “plaza”. Qué lindo cuando reciben la llamada que los convoca, antes de lo esperado. Cada marzo se espera en casa “la invitación”. Cada Grupo se identifica con un motivo diferente. Ahí, el día, la hora y si hay que llevar algo especial el “primer día”. Las invitaciones, se guardan, se coleccionan porque son “objetos de arte”, también.”
P: ¿Qué te gustaría lograr con el Taller de Títeres?
VS: “El Taller de Títeres fue siempre un lugar especial de vínculos amorosos, para que se encontraran chicos de diferentes escuelas, de distintos barrios, distintos “grados”, realidades diversas, en un mismo colectivo. Una pequeña cooperativa donde todo es de todos y nada es de nadie en particular. No se preocupa por “promover”, sino por respetar los avances, por generar tareas interesantes para habilitar competencias que hagan al desarrollo individual, para que cada cual pueda ampliar horizontes, pero sobre todo para predisponer para el trabajo en generoso equipo.
Cada quien escribe su cuento, copla, nana, disparate, carta hipótesis; diseña sus personajes, escenarios, escenas, propuestas en la bidimensión – la “Plástica”-, construye su títere –orientado por sus maestras- y expone a la escucha, la apreciación, la crítica, en la “Salita de lecturas”, pero los títeres vivirán su destino –que nació de un cuento, un poema, un versicuento, una canción- en el colectivo: será tiempo y oportunidad de acuerdos, apoyos, negociaciones y algo de improvisación, que siempre surge.
Es el sitio donde muchas veces se curan vínculos fallidos con el aprendizaje: el que no pudo apropiarse de la lectoescritura en el tiempo estimable, el que tiene problemas de comunicación. Es terreno de inclusión amorosa, también. Muchas veces optimiza capacidades por el simple hecho de formar parte de una experiencia diferente, descontracturada, que no “califica” y sin embargo observa, acompaña, evalúa, apoya.
¿Qué queremos para la Escuela? Que su dinámica sea al menos respetada por el Sistema Educativo, y que parte de su experiencia pueda replicarse al menos en la “Áreas blandas” de la escuela común. Que se entienda que esta Modalidad propicia generación de pensamiento divergente, desarrolla la creatividad, construye desde su etilo mismo vínculos positivos, cooperativos ya que estimula el trabajo en equipo, todas HERRAMIENTAS PODEROSAS para habilitar futuro.
Seguramente este tiempo especial de guardarse, quererse y cuidarse va a poner en evidencia la importancia del “ocio creativo”, la necesidad de que a veces dejemos que los chicos “se aburran” y busquen por sí mismos llenar su tiempo de significatividad… quienes tengan en su “avío” un repertorio de juegos, acceso a buena literatura o predisposición para crear sus propias aventuras, alumbrarán un tiempo de encuentro tibio con la familia. Porque como dijo alguien “la infancia nos forja, y lo que somos hunde sus raíces en el pasado”, procuremos un. Y no pautemos tanto las horas de los chicos… solo el ocio que tengan que administrar por sí, ellos, tan llenos de aviones, y trenes, y nubecitas por dentro se va a transformar en curiosidad y descubrimientos.”