“Devoradores de cuerpos”

“Devoradores de cuerpos”

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Hoy: Javier Quintana ·Quiero compartir un cuento del libro: Devoradores de cuerpos. Se incorporó el dibujo en los relatos para que el lector disfrute de las historias. El cuento se llama, El Bebé de Adriana.”

El Bebé de Adriana

Los dos estaban cortando el pasto, que se movía hacia el este y oeste provocando oleadas como un mar verdoso de miles de hectáreas. Hacía mucho calor desde que despuntó el alba. Ambos se refugiaban en la coleta de sus sombreros para atenuar los rayos del sol, que querían entrar a toda costa en sus cabezas. Seguían con sus movimientos sincronizados de un lado a otro, sacando de cuajo la mala hierba que hubiese en la zona. Uno de ellos al dar la estocada golpeó algo produciendo un sonido similar a un plin. Al fijarse con lo que había refilado su machete, vio un montículo alto lleno de piedras. Escarbó con las manos, separando el pasto y pudo observar una cruz. Se alejó inmediatamente y llamó a su camarada. Él vino apaciguadamente a su encuentro y quedó pétreo ante la imagen.

—Es el bebé de Adriana.

— ¡¿Qué?! Pero sin son leyendas, nada más.

—Yo me voy.

Agarró sus cosas, dejadas al lado de un ombú y se fue retirando deprisa. Moviendo rápidamente sus piernas. Al otro lado de la lomada estaba la camioneta Chevrolet, con la que habían venido.

—Fermín, siempre supersticioso—. Dijo Gustavo y siguió macheteando.

Así continuó durante un tiempo hasta que el sol se puso de manera vertical. Paró por un rato, se sacó el sombrero y con un pañuelo secó su cabeza. Cuando hacía esto escuchó un sonido, parecido al llanto de un bebé. Continuó mirando hacia la dirección donde había escuchado el ruido. No vio nada. Pero al darse vuelta observó a una criatura al lado suyo. Dio un brinco y se alejó.

—No puede ser, esto no está pasando.

Rápidamente se fue alejando al igual que su camarada. Pero cuanto más se alejaba parecía que más retrocedía. Era como si no avanzara. Empezó a correr pero seguía en el mismo lugar.

—Por favor Dios, que no me pase, por favor que no me pase esto—. Imploró Gustavo mirando al cielo.

Cuando se arrodilló a rezar. La criatura se puso al lado de él y le dijo:

—Porque no le hiciste caso a tu compañero.

Gustavo empezó a llorar. No había consuelo en su alma. «No te quise hacer daño, estaba borracho, ya pagué mis pecados en la cárcel, ahora déjame en paz por favor» se dijo.

Cuando levantó su cabeza se topó con otro paisaje. No había oleadas verdes. Ni el intenso calor. Lo que había era simplemente oscuridad.

Cuando Fermín llegó al pueblo levantando polvo por arar sus ruedas. Estacionó en el lugar de siempre, al lado del auto de su patrón.

— ¿Que pasó, porqué tanto apuro?— Le dijo este.

—Patrón, en medio del campo, escuché el sonido particular del bebé de Adriana y me fui volando.

—El parecido a un plin.

—Sí, y no dudé, me alejé rápidamente.

—Tomá un trago en la pulpería y después volvé. Buscaremos un sacerdote para que exorcice todo el campo.

Cuando entró a su oficina se topó con una oscuridad terrible. Prendió su encendedor y miró atentamente la foto de su hija Adriana junto con su nieto. Al lado suyo estaba la imagen de Gustavo marcado con una cruz al revés y encerradas dentro de un pentagrama de color rojo.

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