Inclusión e integración

Inclusión e integración

Cuando hablamos de discapacidad, y hacemos referencia a los diferentes procesos y acompañamientos a nivel Psicognitivo, escolar, laboral y social de tal población, es preciso comprender la diferencia entre dos conceptos claves que son transversales en la vivencia de dicho cuerpo político y social, los cuales son la integración y la inclusión.

Por su parte, la inclusión responde al orden social, mientras que la integración al orden individual. Cuando hablamos de integración seguimos poniendo el ojo en el individuo y sus prácticas personales, y la inclusión, en cambio habla de un cambio cultural, “una cultura inclusiva” donde lo que se cambia son las representaciones, los discursos y prácticas hacia las personas con discapacidad. Desde este enfoque ya no es la persona la que tiene un problema de aprendizaje, sino que es la escuela la que presenta dificultades para encontrar la forma de facilitar la enseñanza a las personas que aprenden diferente. Esta manera de entender a la educación y a los procesos sociales, cambia la manera de ver y tratar a las personas con discapacidad. Ellas ya no son vista desde sus “déficit” sino que desde sus diferencias aportan nuevas formas y maneras de construcción cultural.

No obstante, aun teniendo en cuenta la definición de inclusión que realiza La red internacional de personas con discapacidad intelectual y sus familias  la cual afirma que “la inclusión se refiere a la oportunidad que se ofrece a las personas con discapacidad a participar plenamente en todas las actividades educativas, de empleo, consumo, recreativas, comunitarias y domesticas que tipifican a la sociedad del día a día” (Inclusión Internacional, 1996; citada en Tilstone, 2003: 46), consideramos insuficiente las acciones de los sistemas institucionales y gubernamentales  a la hora de funcionar como mecanismos  para la inclusión plena de las personas con discapacidad, pues dicho sistema en Argentina aún no implementa lo que en la convención de PcD (Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad) se entiende por ajustes razonables, en pos de la accesibilidad.

Haciendo énfasis en el proceso de transformación cultural que implica la inclusión como concepto, debemos tener en consideración los grandes desafíos y limitaciones que implica a nivel individual, y general, respecto al habitar la diversidad funcional de un cuerpo social y político con discapacidad. Usualmente los cuerpos de las personas con discapacidad son frecuentemente desligados de su condición subjetiva y humana ya que se tiende solo a reconocerlos desde el diagnostico que poseen. Dejando en un segundo plano las características de su persona como ser individual. Esto se convierte en una práctica sistemática para que las personas con discapacidad configuren su subjetividad desde su etiqueta:  la patología se transforma en aquello que los identifica y, en gran medida, define qué pueden hacer y qué no, a dónde pueden ir y donde no, lo que comen y en muchos casos hasta lo que pueden ser. Es como si sus historias personales cambiaran por el historial médico, mismo que se constituye en la identidad, en la carta de presentación para lograr cupos en la escuela, medicinas, tratamientos, acceso a espacios, etc.

En lo que refiere a espacios públicos, se observa que para las políticas públicas e institucionales los cuerpos aparecen en tanto necesitan prótesis, una vez que se entrega la silla de ruedas o el bastón, se olvidan de que dichas personas requieren de medios estructurales para transitar las calles y habitar los espacios. En fin, determinan en cuerpos que se mimetizan en prótesis y que no encuentran lugar real en los espacios de la casa, de las calles y de las instituciones.

Otro aspecto tiene que ver con la, también reiterada, negación de las dimensiones que todo cuerpo tiene, y que no parece ser tan claro cuando se piensa en los cuerpos de personas con discapacidad:

El afecto, la sexualidad, el odio, la sensualidad, entre otras. La patologización, incluso, elimina su sexo, y desde un sentido general se les consideran asexuados –como los ángeles–, sin sexo; es decir, no son hombres ni mujeres. Por supuesto, si no son hombres ni mujeres menos aún pensar que existan personas LGTB dentro de la población con discapacidad. Detrás de este imaginario se ampara la idea de que las personas con discapacidad están desprovistas de deseo –ni desean, ni son deseadas– y en consecuencia se ignora su capacidad de placer.

Por ello resulta tan difícil abordar, tratar y comprender lo que para las personas “normales” es natural como la masturbación en la adolescencia, el sueño de ser madres o padres, el deseo de tener pareja, etcétera.

Es preciso entender que, si los procesos inclusivos dependen de las reformas culturales, nuestro rol como agentes educativos está en evocar dichas realidades, y ayudar a resignificar los conceptos y representaciones que causan limitación en el ejercicio de un pleno derecho. Siendo conscientes de la necesidad de comenzar por nosotros mismos, este proceso de rever estructuras exclusivas, y abordando la urgencia de una perspectiva integral a la hora de construir espacios de articulación conjunta donde dichos sujetos sean promotores activos de las mencionadas reformas culturales.

 

Bibliografía

·         Alexander Yarza de los Ríos Laura Mercedes Sosa Berenice Pérez Ramírez [Coords.] (2019). Estudios críticos en discapacidad: una polifonía desde América Latina- 1a (ed). Ciudad Autónoma de Buenos Aires : CLACSO.

 

 

ROBERTO GRISMEYER

PSICOPEDAGOGO

DIPLOMADO EN EDUCACION SEXUAL INTEGRAL

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